sábado, 30 de agosto de 2014

LA REENCARNACION. Creer o no creer



La primera vez que aparece la idea de la reencarnación es en la India, en el siglo VII a.C. Aquellos hombres primitivos, muy ligados aún a la mentalidad agrícola, veían que todas las cosas en la naturaleza, luego de cumplir su ciclo, retornaban. Así, el sol salía par la mañana, se ponía en la tarde, y luego volvía a salir. La luna llena decrecía, pero regresaba siempre a su plena redondez. Las estrellas repetían las mismas fases y etapas cada año. Las estaciones del verano y el invierno se iban y volvían puntualmente. Los campos, las flores, las inundaciones, todo tenía un movimiento circular, de eterno retorno. La vida entera parecía hecha de ciclos que se repetían eternamente.
Esta constatación llevó a pensar que también el hombre, al morir, debía otra vez regresar a la tierra. Pero como veían que el cuerpo del difundo se descomponía, imaginaron que era el alma la que volvía a tomar un nuevo cuerpo para seguir viviendo.

Cuando apareció el Budismo en la India, en el siglo V a.C., adoptó la creencia en la reencarnación. Y por él se extendió en la China, Japón, el Tíbet, y más tarde en Grecia y Roma. Y así, penetró también en otras religiones, que la asumieron entre los elementos básicos de su fe.


¿Qué es?
La reencarnación es la creencia según la cual, al morir una persona, su alma se separa momentáneamente del cuerpo, y después de algún tiempo toma otro cuerpo diferente para volver a nacer en la tierra. Por lo tanto, los hombres pasarían por muchas vidas en este mundo.

¿Y por qué el alma necesita reencarnarse?
Porque en una nueva existencia debe pagar los pecados cometidos en la presente vida, o recoger el premio de haber tenido una conducta honesta. El alma está, dicen, en continua evolución. Y las sucesivas reencarnaciones le permite progresar hasta alcanzar la perfección. Entonces se convierte en un espíritu puro, ya no necesita más reencarnaciones, y se sumerge para siempre en el infinito de la eternidad.

Esta ley ciega, que obliga a reencarnarse en un destino inevitable, es llamada la ley del “karma”.
Para esta doctrina, el cuerpo no sería más que una túnica caduca y descartable que el alma inmortal teje por necesidad, y que una vez gastada deja de lado para tejer otra.
Existe otra forma de reencarnación, llamada “metempsicosis”, según la cual si uno ha sido muy pecador su alma puede llegar a reencarnarse en un animal, ¡y hasta en una planta!

 

Quienes creen en la reencarnación piensan que ésta ofrece ventajas. En primer lugar, nos concede una segunda (o tercera, o cuarta) oportunidad. Sería injusto arriesgar todo nuestro futuro de una sola vez. Además, angustiaría tener que conformarnos con una sola existencia, a veces mayormente triste y dolorosa. La reencarnación, en cambio, permite empezar de nuevo.
Por otra parte, el tiempo de una sola vida humana no es suficiente para lograr la perfección necesaria. Esta exige un largo aprendizaje, que se va adquiriendo poco a poco.
Ni los mejores hombres se encuentran, al momento de morir, en tal estado de perfección. La reencarnación, en cambio, permite alcanzar esa perfección en otros cuerpos.
Finalmente, la reencarnación ayuda a explicar ciertos hechos incomprensibles, como por ejemplo que algunas personas sean más inteligentes que otras, que el dolor esté tan desigualmente repartido entre los hombres, las simpatías o antipatías entre las personas, que algunos matrimonios sean desdichados, o la muerte precoz de los niños. Todo esto se entiende mejor si ellos están pagando deudas o cosechando méritos de vidas anteriores.

Esta creencia aglutina de manera popular diversos términos:
Metempsicosis: que viene del término griego meta (después, sucesivo) y psyche 
(espíritu, alma).
Transmigración: migrar a través.
Reencarnación: volver a encarnar.
Renacimiento: volver a nacer.

Todos estos términos aluden a la existencia de un alma o espíritu que viaja o aparece por distintos cuerpos, generalmente a fin de aprender en diversas vidas las lecciones que proporciona la existencia terrena, hasta alcanzar una forma de liberación o de unión con un estado de conciencia más alto.
Varias fuentes en la Web

viernes, 29 de agosto de 2014

CAMINOS DE LA PATRIA


Cuando se pueda andar por las aldeas y los pueblos, 
sin ángel de la guarda.
Cuando sean mas claros los caminos 
y brillen mas las vidas que las almas.
Cuando en el trigo nazcan amapolas 
y nadie diga que la tierra sangra.
Cuando los tejedores de sudarios, 
oigan a Dios  entre sus almas.
Cuando las sombras que hacen las banderas, 
sea una sombra honesta y no una charca.
Cuando la libertad entre a las casas con el pan diario, 
con su hermosa carta.
Cuando la espada que usa la justicia, 
aunque desnuda, se conserve casta.
Cuando reyes y siervos junto al fuego, 
fuego sean de amor y de  esperanza.
Cuando el vino excesivo se derrame 
y entre las copas viudas se reparta.
Cuando el pueblo se encuentre 
y con sus manos teja el mismo sus sueños y su manta.
Cuando de noche grupos de fusiles 
no despierten al hijo con su habla.
Cuando al mirar la madre, 
no sienta dolor en la mirada y en el alma.
Cuando en lugar de sangre por el campo, 
corran caballos y flores sobre el agua.
Cuando la paz recobre su paloma 
y acudan los vecinos a mirarle.
Cuando el amor sacuda las cadenas 
y le nazcan dos alas en la espalda.
Solo en aquella hora, podrá el hombre decir que tiene Patria.

Autor: CARLOS  CASTRO  SAAVEDRA


Escritor y poeta colombiano, nació en Medellín, Antioquia, en 1924, y murió en la misma ciudad en 1989. Estudió en el colegio La Paz de Envigado y en el Liceo de la Universidad de Antioquia. Desde muy joven escribió poesías que eran publicadas en los diarios y revistas de su ciudad. Sus primeros libros fueron Fusiles y luceros (1946), Mi llanto y Manolete (1947), y 33 poemas (1949). Castro es considerado el poeta de la violencia por excelencia, aunque al mismo tiempo entronó en su poética a la esperanza como una posibilidad para el ser humano. Dueño de una gran versatilidad, se inició bajo la vocación lírica del amor, y cosechados los primeros triunfos literarios, desplazó su interés hacia los temas sociales.
Fue un escritor prolífico, lo que demuestran sus 37 obras publicadas en diversos géneros: novela, poesía, obras de teatro y prosa. Es considerado además, después de Pombo, el gran poeta de los niños colombianos, escribiendo para ellos numerosos poemas entre los que cabe destacar Matrimonio de gatos y Los dos caballos. Aunque se le recuerda más por sus poemas que por sus cuentos, escribió cerca de 80 dedicados a los niños.