Prostitución: Acto de participar en
actividades de índole sexual a cambio de dinero u otros beneficios. Se dice que
es la profesión más antigua del mundo y cuenta con interesantes datos
curiosos en su historia.
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La divinidad amorosa
Innana/Ishtar es la protectora de las prostitutas y de los amoríos
extramaritales, que por cierto no tenían connotación especial en
Babilonia, ya que el matrimonio era un contrato solemne que perpetuaba la
familia como sostén del estado y como generadora de riquezas, pero en el que no
se hablaba de amor o de fidelidad amorosa. Así, a los hombres se les permitía
ofrecer a sus esposas como pago colateral por un préstamo.
En la Grecia clásica, la prostitución era practicada
tanto por mujeres como por hombres jóvenes.
El término griego para la prostitución es porne, derivado
del verbo pernemi (vender), lo que fue derivado en la acepción moderna.
Las prostitutas debían vestirse con ropas
distintivas y estaban obligadas a pagar impuestos. En la iglesia tenían un
lugar reservado e Incluso eran enterradas separadas del resto.
Se cree que fue en la antigua
Atenas donde se estableció el primer burdel, en el siglo VI a.C., como local de negocio (un servicio
equivalía al salario medio de un día).
En Imperio Romano, la prostitución era habitual y había nombres
distintos para las mujeres que ejercían la prostitución según su
estatus y especialización.
Las cuadrantarias eran llamadas así por cobrar un
cuadrante (una miseria).
Las felatoras eran practicantes expertas de
la fellatio (sexo oral), el acto más degradante.
En la Roma Clásica, algunos
prostitutos masculinos esperaban en las esquinas de los baños a mujeres que
solicitaran sus servicios.
Según la jerarquía romana de
la degradación sexual, un hombre sospechoso de practicar cunnilingus a una mujer
se rebajaba más que uno que fuera penetrado por otro hombre. Se le imponía el
estatus legal de infame, al mismo nivel que prostitutas, gladiadores y actores,
lo cual le impedía votar y representarse a sí mismo ante un tribunal.
Los
egipcios fueron los primeros en prohibir las relaciones carnales
con las mujeres nativas o peregrinas domiciliadas en los templos y demás
lugares sagrados de la época.
En el antiguo Egipto, algunas mujeres, no siempre prostitutas, conocidas como
felatrices, se pintaban los labios de un determinado color para dar a conocer
su inclinación por esta práctica.
En la cultura fenicia surgió la celebración de una
serie de fiestas o ceremonias en honor de las divinidades del amor. En estas
fiestas, las mujeres se golpeaban duramente el cuerpo, y más tarde ofrecian sus
cabellos a la diosa. Las que querían conservar su cabellera, con evidente
menosprecio de su pudor, abandonaban el templo y se dirigían a una especie de
mercado donde sólo tenían acceso ellas, además de los extranjeros. Allí estaban
obligadas a entregarse tantas veces como fueran requeridas. La recaudación de
aquel comercio carnal se destinaba a adquirir ofrendas para las imágenes de la
diosa. Con el tiempo adquirió un sentido comercial que se extendió por todo el
Mediterráneo.
En el siglo IX, Carlo Magno ordenó el cierre de todos los
establecimientos donde a las mujeres se les permitía tener relaciones sexuales
promiscuas y dispuso el destierro de las prostitutas. Pero dada la gran
corrupción, las medidas legales resultaban inocuas.
Durante las Cruzadas, las mujeres libertinas se vestían de hombres para poder
viajar junto a los ejércitos, y así ofrecerles al anochecer sus servicios.
En la Edad Media, la recesión económica hizo que
las prostitutas se establecieran en urbes grandes, generalmente villas universitarias,
por la gran afición de los estudiantes a sus servicios. Era deber de los
rectores vigilar que los estudiantes no frecuentasen los dominios de estas
mujeres, aunque tenían muy poco éxito. Las meretrices también acudían con las
ferias ambulantes y las grandes fiestas populares, como el carnaval o los
torneos.
En la
España de los Austrias (s. XVI), para que una joven pudiese entrar en una mancebía, o casa
pública de prostitución, tenía que acreditar con documentos ante el juez de su
barrio ser mayor de doce años, haber perdido la virginidad, ser huérfana o
haber sido abandonada por la familia, siempre que ésta no fuese noble. El juez
procuraba disuadir de sus torcidos intentos a la aspirante con una plática
moral, y si no la convencía, le otorgaba un documento, donde la autorizaba para
ejercer el infame oficio.
En la Edad Moderna, entre las gentes acaudaladas y la clase nobiliaria, el
hábito de las cenas ostentosas contribuyó a difundir la prostitución con
apariencias más puritanas.
En las grandes capitales, como Roma o Venecia, el número de
cortesanas era tal que tuvo que ser reglamentada administrativamente bajo la
dirección de una mujer a quien llamaban “reina”, que se encargaba de hacer
respetar en forma estricta los reglamentos policiales.
¿Sabes
por qué se les apoda “rameras” a las prostitutas?
En la Edad Media las casas de prostitución
trabajaban bajo la fachada de otros negocios más aceptados por la sociedad,
como por ejemplo las tabernas. Pues bien, para que los caballeros interesados pudieran diferenciar una
verdadera taberna de una casa de citas se les comenzó a colocar en las
puertas unos ramos de flores.
Claro está, que muy pronto todas las personas sabían que los establecimientos
que tenían un ramo de flores en la entrada era en realidad un prostíbulo y las
señoras de sociedad se comenzaron a referir a las mujeres que trabajaban allí
como “rameras”, un término
que les parecía menos escandaloso que “prostituta”.
Varias fuentes de
la Internet
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