El
Coronavirus, llegó para cambiarnos. Y no solo en la vida cotidiana, sino
en las costumbres, la organización como sociedad, la economía y la cultura. No
vamos a ser los mismos. El mundo no va a ser el mismo. Lo que nos está
sucediendo va a modificar al ser humano y su entorno. Y nadie sabe si será
para mejor o para peor.
Esta
no es una crisis financiera como la del 2008/09. Más bien es una guerra. Y
como toda guerra, se sabe cómo comienza, pero nunca como termina. Como en
cualquier conflicto armado, no es sólo la pérdida de empleo, la inseguridad, el
hambre. Es una muy delgada línea entre la vida y la muerte. Y cuando
el ser humano se encuentra andando por ese estrecho camino, su visión del
mundo, sus principios y su moral pueden cambiar radicalmente. Las prioridades
que tenía hasta ese momento, ya no existen. Aparece un mundo nuevo en el que
nos vamos a mover a partir de ese momento y lo vivido quedará en la historia.
El grado de estos cambios
dependerá, sobre todo, del tiempo en que se tarde en controlar la pandemia y
encontrar una vacuna. Cuanto más tiempo pase, más cambios se van a producir.
La
pandemia afectará desde la forma en que trabajamos y ganamos dinero hasta el
funcionamiento de industrias y comercios; desde el significado del tiempo libre
hasta el tipo de vivienda donde vamos a vivir; desde la discusión de un salario
universal hasta el tipo de organización gubernamental. Se va a acelerar la
revolución científica y tecnológica que estamos atravesando. Habrá que
repensar las ideologías y las organizaciones de gobierno. Habrá que determinar
si vamos a tener una sociedad más participativa o una más autoritaria. Y si este cambio puede hacer frente
con éxito a la más grave consecuencia de la globalización: la acumulación
extraordinaria de riqueza en unas muy pocas manos.
El
historiador Yuval Noah Harari, autor de una serie de best sellers sobre
los cambios científicos, cree que las alternativas de salida de la crisis son
extremadamente contrapuestas. “O vamos hacia una sociedad
de vigilancia totalitaria masiva o de empoderamiento de los ciudadanos; de aislamiento
nacionalista o solidaridad global”.
Harari
cree que vamos hacia mayores pérdidas de las libertades individuales después de
las que se impusieron tras los ataques del 11/S en 2001. “Habrá una vigilancia masiva. Se
requerirán certificados de salud para poder viajar. Y si hasta ahora
teníamos vigilancia, cada vez que entramos en un sitio de Internet, si hacemos
un click o si enviamos mensajes; vamos a tener vigilancia `bajo la piel´ midiéndonos
la fiebre o la presión y hasta nuestros sentimientos. El pone como
ejemplo, los detectores masivos de temperatura que se colocaron en aeropuertos,
estaciones de trenes y otros lugares de concurrencia masiva. “Estos medidores
tienen varias capacidades. Con un simple cambio de software podría detectar
otros sentimientos más allá de la fiebre o la presión sanguínea. Por ejemplo,
alegría o enojo.
Al final, los
encargados de formular políticas gubernamentales serán juzgados en
términos de cuántos miles de personas mueran. Los asuntos de vida y muerte
ocasionan cambios de política más drásticos que los indicadores económicos.
Esta
pandemia va a acelerar también el enfrentamiento comercial por el liderazgo de
la revolución científico-tecnológica entre Estados Unidos y China. Quien salga
mejor parado va a ser la potencia dominante en las próximas décadas. Se va a medir, si en el combate del
virus fue más efectivo el autoritarismo chino o la democracia occidental.
En
China, se produce la mayoría de los elementos imprescindibles para
combatir la pandemia. Allí están las fábricas de respiradores más grandes del
mundo. También se confecciona la mitad de la producción global de máscaras N95
(barbijos) así como buena parte de los trajes protectores para el personal de
la salud y seguridad, la mayoría de los activos para elaborar los antibióticos
con los que se combaten los efectos secundarios del Covid19. También, sus
científicos estarían llevando una ventaja en la creación de una vacuna. Si
Beijing logra desarrollar un método para quitar el poder letal al coronavirus,
ocupará el vacío que deja en ese terreno Estados Unidos.
Si
las dos potencias trabajan en paralelo y obtienen el éxito al mismo tiempo, la
guerra, en este campo científico será sin cuartel.
La globalización recibió un duro golpe. Con el cierre de
las fronteras, las restricciones del tránsito de personas y la cancelación de
los vuelos, se retorna naturalmente a la autosuficiencia económica. Si la crisis continúa, como se
prevé, durante buena parte de este 2020, muchos países tendrán que comenzar a
fabricar productos esenciales para su funcionamiento que hasta ahora importaban
de los mercados asiáticos. También habrá desabastecimiento de materias primas
imprescindibles para el funcionamiento de muchas industrias. La
post-globalización que ya se venía insinuando, ahora va a tomar forma.
Otra
posibilidad, que nadie se atreve a mencionar en este momento, es la
ruptura de la cohesión social. Si no se atienden las necesidades de los desplazados, refugiados y
hambrientos de todo el mundo, se pueden producir levantamientos de
consecuencias imprevisibles. El miedo lleva a la desesperación y ésta a la
violencia.
De todos modos,
este
escenario aparece todavía lejano. Las crisis humanitarias también generan
actitudes solidarias en los pueblos que no se ven en otros momentos. Esto se
extiende también entre países. Los mejor posicionados envían ayuda a los más
necesitados.
Habrá cambios fundamentales en las formas de organización
laboral.
Mientras todos se acostumbren a trabajar en forma remota y su labor siga siendo
una solución eficiente para las empresas y organizaciones, no querrán
hacer los largos viajes cada mañana y cada noche para cumplir con un
trabajo que pueden hacer desde sus casas.
Ningún empresario que
descubra que de esta manera se puede ahorrar mucho dinero en alquiler de
oficinas, licencias, gastos de electricidad, etc., va a estar dispuesto a
gastarlo. El
teletrabajo se impondrá en casi todas las industrias y servicios. Y con
esto habrá una evolución tecnológica más rápida. El sistema G5 de
transmisión de datos se impondrá en mucho menos tiempo de lo que se esperaba.
También se consolidarán ciertas industrias y desaparecerán
otras.
Es probable que estemos más cerca de la extinción definitiva de los medios
de comunicación impresos y toda su cadena de distribución. Los cines, también pueden perder
adeptos.
El transporte público deberá adaptarse. Después de meses de viajar más
holgados, ¿quién va a querer regresar a los tumultos? Todo lo digital se va a consolidar.
De lo analógico no va a quedar rastro.
Es
probable que regresemos a reparar más cosas y consumir menos productos
superfluos. Es mejor poner manos a la obra, nosotros mismos, que dejar entrar
a nuestra casa, un plomero o un empleado del gas, que puede traer el virus en
su caja de herramientas. Se va a revalorizar la vida al aire libre y evitar
cualquier gran aglomeración. Es probable que dejen de ser tan populares las
concentraciones masivas, como conciertos.
La palabra “pandemia”
significa “todo el pueblo”. El virus no entiende de fronteras físicas ni
sociales ni generacionales. Y, en este caso, “el pueblo” es la humanidad.
Se
trata de un virus que desató una crisis global y que, por lo tanto, requiere
de una solución global. “Ante el virus todos somos, efectivamente,
iguales; ante el virus los seres humanos no somos más que eso, seres humanos,
es decir, una determinada especie que ofrece un huésped a una reproducción
mortal para muchos”, escribió el filósofo alemán Markus Gabriel. Para
reparar esta situación y salir fortalecidos, Markus Gabriel dice que “cuando
pase la pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica, una unión de
todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos
evadirnos. Vivimos y seguiremos viviendo en la tierra; somos y seguiremos siendo
mortales y frágiles. Convirtámonos, por tanto, en ciudadanos del mundo, en
cosmopolitas de una pandemia metafísica. Cualquier otra actitud nos
exterminará y ningún virólogo nos podrá salvar”.
Es posible que salgamos de esta situación, fortalecidos y
mejores. Tal vez, más conscientes de que tenemos que encontrar también “una
vacuna” contra el calentamiento global, la concentración de la riqueza, el
hambre y analfabetismo digital. Una vacuna para la incertidumbre.
Fuente: Gustavo sierra. Infobae
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