sábado, 26 de octubre de 2013

CREES EN EL PARAÍSO o en EL INFIERNO?



Los conceptos opuestos de Cielo e In­fierno han subyugado al hombre desde los tiempos más remotos. To­das las culturas del universo comparten la expectativa de una paz y una felicidad eter­nas para quienes han llevado una vida recta. Y también asignan eternos sufrimientos para los obradores de la maldad.
Actualmente las descripciones clásicas del Cielo y del Infierno tienen el peligro de caer en el ridículo. Sin embargo, todo el mundo interpreta a su manera el convencionalismo de los niños alados, arpas y aureolas, así como la imagen del Infierno subterráneo.
La creencia en la vida del más allá es un hecho universal, pero nadie, naturalmente, sabe con exactitud lo que ello es en verdad. Frecuentemente, lo que el hombre imagina más allá del sepulcro son solo, los de­seos terrenales. Los pueblos del desierto esperan deliciosas fuentes; los guerreros vi­kingos, la compañía de los héroes.
El jardín del Edén
La palabra paraíso es de origen persa y después pasó a los griegos. Literalmente sig­nifica «tierra de los bienaventurados». De­signaba los jardines de palacio de los reyes persas, encerrados tras muros, y fue utili­zado más tarde para aludir al Paraíso Te­rrenal o Jardín del Edén. Finalmente, los escritores del Nuevo Testamento lo
apli­caron al Cielo, morada eterna de los cristianos bienaventurados. En casi todas las religiones y mitologías se halla situado en algún lugar del firmamento.
La religión védica del Indostán lo enten­día como un reino de luz situado en los confines del cielo. Este Paraíso ofrecía la plena satisfacción de los deleites terrenos, «con música, cumplimiento de los deseos se­xuales y ausencia de dolores y preocupa­ciones».
Morada de los ángeles
El hinduismo tiene también su Paraíso por encima de las nubes, mientras el budis­mo muestra en el suyo diversos grados y lo sitúa en un cielo vago y no astronómico, más allá de la atmósfera.
El cristianismo se inspiró abundantemen­te en las religiones hebrea y griega. Del ju­daismo procede esa región del cielo donde habitan Dios y sus ángeles. Del helenismo tomó la idea del viaje espiritual.
La idea de los siete cielos —siendo el séptimo y último la máxima felicidad— tam­bién es griega. El Elíseo era la morada de los bienaventurados en la mitología de los griegos. De ahí proceden los Campos Elíseos de los poetas que Homero coloca en el «con­fín del mundo». Otros griegos eran más precisos y los situaban hacia el Atlántico, en una «fértil tierra que tres veces al año producía frutos dulces como la miel».
La imagen escandinava del Valhalla, versión vikinga del Cielo, era menos placentera y así lo expresa Wagner en sus grandiosas óperas. En la mitología nórdica, el Valhalla era la mansión de los muertos. Se decía que el imponente palacio de Asgard tenía 450 puertas, tan enormes que podían entrar por cada una un frente de 800 guerreros muer­tos en combate. En su interior el dios Odín celebraba festines con los héroes, que las Valkirias, sus servidoras, conducían al Valha­lla. Estas cabalgaban radiantes en medio de las batallas y seleccionaban entre los muer­tos aquellos guerreros dignos de cenar con Odín.
Pero la paz de los valientes era exigua, pues cuando los muertos llegaban al Valha­lla debían reanudar diariamente la lucha. Cuantos caían en la lid eran resucitados para el banquete de la noche, con el dios de las batallas.

El Yang y el Yin
Miles de años antes de Cristo, la antigua filosofía china desarrolló una armoniosa con­cepción del orden natural.
Existían muchos cielos diferentes a donde se dirigían los muertos para gozar en amable compañía. Los más importantes eran las Islas de los Bienaventurados, en los ma­res orientales, y el Paraíso de Occidente, si­tuado donde se alzan las montañas del Turquestán.
El universo se componía de dos elemen­tos relativos, el Yang y el Yin. El Yang era lo positivo o masculino, y estaba repre­sentado por el calor, la actividad, la dureza, la claridad, la creación y la estabilidad.
Cualidades negativas. El Yin era lo negativo o femenino, y es­taba representado por la humedad, el frío, lo pasivo, lo blando, lo misterioso, lo confu­so y lo variable.
La eterna cópula de ambos principios dio origen al Cielo y a la Tierra; en aquél pre­dominaba Yang y en ésta Yin. Mientras el dualismo de las demás filosofías —lo bueno y lo malo— se halla en eterno conflicto, el Yang y el Yin están invariablemente de acuerdo.
El taoísmo constituye el fundamento de la filosofía china. Es una «senda» o un «camino» y en la comprensión del Tao está el auténtico sentido de la vida.
La unidad del Cielo y de la Tierra sólo es posible cuando el Tao sigue su curso na­tural. En un principio el taoísmo parecía pulsar resortes ocultos y mágicos y trans­portaba a las mentes a una tierra de en­sueño.
El Islam, la más joven de las grandes re­ligiones, es también la más sencilla: adora al único y supremo Dios, y le invoca con el nombre de Alá. La palabra «islam» significa «sumisión» a la voluntad de Dios. La pala­bra «muslim» o musulmán significa «el que se somete». La religión islámica afirma que Dios es Alá y Mahoma el profeta por quien Alá se ha comunicado.
Mahoma redactó los primeros capítulos del Corán, la «Biblia islámica», aunque no se sabe si el libro quedó terminado en vida del profeta.
Delicias del Cielo
El Corán describe con vivos colores las delicias del Cielo. Ofrece jardines, fuentes, vino y hermosas vírgenes. Aquellos que son admitidos en él pueden beber el vino que les estuvo prohibido en la Tierra y mofarse in­cluso de los sufrimientos de los no cre­yentes.
Los budistas se apartan de la general creencia en el Paraíso. Ellos, y todos los se­res vivos, están sujetos a innumerables ci­clos de nacimiento, muerte y resurrección.
El budismo, religión de los discípulos de Gautama Buddha, se esparció por el norte de la India en el siglo vi antes de J.C. y pretende enseñar al hombre la forma de li­berarse del sufrimiento de la vida. Sólo cuando el hombre se sobrepone a las ansias y deseos materiales puede alcanzar el Nir­vana, estado en que se alcanza la paz abso­luta.
No obstante, en la China primitiva, en el Japón y en el Tíbet, existía una rama del budismo que creía en el «Gran Paraíso Oc­cidental». Un antiguo texto que ha llegado hasta nosotros lo describe como «un lugar inundado de luz y brillantes joyas de valor incalculable... Buda se sienta en su trono de flor de loto, como sobre una montaña de oro, en medio de todas las excelencias y rodeado de sus santos».

Amenaza del fuego
El Infierno responde a diversas concep­ciones según las culturas, pero el judaísmo y el cristianismo lo presentan como terrible medio disuasorio para el pecador impeni­tente. Supone la amenaza de condena eterna, especialmente entre llamas, y se han descrito con viveza sus castigos como medio saluda­ble contra la inmoralidad, el crimen y en de­finitiva para la salvación del cristiano.
Los primitivos cristianos aceptaron desde el principio la realidad del Infierno y en especial la existencia del tormento del fue­go. Ello explica la difusión de las enseñanzas del Apocalipsis, que dice así:
«Algunos condenados, que estaban col­gados de la lengua: eran aquellos que ha­bían blasfemado contra la justicia, y tenían bajo sus pies un fuego cuyas llamas les ator­mentaban... Y en otro lugar había piedras más afiladas que espadas, calentadas como ascuas de fuego, sobre las que hombres y mujeres cubiertos de harapos eran arrastra­dos con gran tormento... Junto a ellos ha­bía unas muchachas sin más vestido que las sombras, las cuales eran cruelmente castigadas y sus carnes desgarradas en pedazos. Son aquellas jóvenes que no supieron conservar su virginidad hasta el momento de ser otor­gadas en matrimonio.»
Homero describió con pesimismo una es­pantosa oscuridad a la que todos o casi to­dos los muertos debían ir. Era la morada del Hades, el dios de la muerte, que gobernaba, tal como se describe en La Ilíada, «odiosas estancias de podredumbre que llenan de horror a los propios dioses». Los griegos sen­tían tal horror de la muerte que incluso procuraban no nombrarla.
El río de la muerte
La Estigia, una laguna o río de la Arca­dia, que se convirtió en el río principal de ultra­tumba. Los muertos la cruzaban en la barca de Caronte, que cobraba por el pasaje una moneda, depositada por los parientes en la boca o en la mano del difunto.
La descripción del Islam no es menos tenebrosa: el Infierno estaba «cubierto de fuego, barrido por vientos pestilentes e inundado de agua hirviendo».



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