El neurocirujano de la
Universidad de Harvard, Eben Alexander, ha escrito un libro: Proof of
Heaven: A Neurosurgeon’s Near Death Experience and Journey into the Afterlife. (Prueba del cielo: la experiencia cercana a la muerte de
un neurocirujano y su viaje al más allá).
Una versión condensada de su experiencia ha sido destacada en la portada de Newsweek, donde lo extraordinario del caso, evidentemente, es que un científico reconocido dentro del mundo de la academia escribe sin titubeos acerca de las experiencias cercanas de la muerte.
“Como neurocirujano, yo no creía en el fenómeno de experiencias cercanas a la muerte. Entiendo lo que le sucede al cerebro cuando una persona está cerca de la muerte, y siempre creí, que existía una explicación científica adecuada para las visiones celestiales extra corporales descritas por aquellos que estrechamente escaparon de la muerte. En el otoño del 2008, sin embargo, después de 7 días en coma en los que la parte humana de mi cerebro, el neocórtex, estaba desactivado, experimenté algo tan profundo que me otorgó una razón científica para creer en la conciencia después de la muerte.
Todos los
argumentos principales en contra de las experiencias cercanas a la muerte
sugieren que estas experiencias son el resultado de un transitorio o parcial
malfuncionamiento del córtex. Mi experiencia cercana a la muerte, sin embargo,
no sucedió cuando mi córtex estaba funcionando mal, sino cuando simplemente
estaba apagado.
Muy temprano
por la mañana, hace cuatro años, me desperté con un dolor de cabeza muy
intenso. En cuestión de horas, toda la parte del cerebro que controla el
pensamiento y la emoción, y que en esencia que nos hace humanos, se había
apagado.
Los médicos
del Hospital General de Lynchburg en Virginia, un hospital donde yo mismo
trabajaba como neurocirujano, determinaron que de alguna manera había contraído
una meningitis bacteriana muy poco frecuente que ataca sobre todo a los recién
nacidos (Bacterias de e.coli), habían penetrado en mi líquido cefalorraquídeo y
estaban comiendo mi cerebro.
Durante siete días estuve en un coma profundo, mi cuerpo sin respuestas, mis funciones cerebrales superiores totalmente fuera de línea. Luego, en la mañana de mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos consideraban, si se suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe.
No hay una
explicación científica para el hecho de que mientras mi cuerpo estaba en estado
de coma, mi mente, mi conciencia, mi yo interior, estaba viva y bien.
Mientras las neuronas de mi corteza cerebral fueron aturdidas hasta su total inactividad por las bacterias que las habían atacado, mi conciencia liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor dimensión del universo: una dimensión que nunca había soñado que podía existir, y que mi viejo yo, previo al coma hubiera estado más que feliz explicando que se trataba de una simple imposibilidad.
Al principio
de mi aventura, estaba en un lugar lleno de nubes. Grandes y frondosas nubes
blancas y rosas que relucían drásticamente contra el cielo azul-negro. Más alto
que las nubes, una multitud de seres transparentes y brillantes se movían
trazando arcos por el cielo, dejando largos trazos como serpentinas detrás de
ellos.
Más raro aún, en la mayor parte de mi travesía, alguien más estaba conmigo, una
mujer. Ella era joven, y la recuerdo en completo detalle. Tenía pómulos
pronunciados y ojos de un azul profundo. Trenzas doradas enmarcaban su hermoso
rostro. Cuando la vi por primera vez, estábamos deslizándonos juntos en una
superficie de patrones intrincados que después de un momento reconocí como las
alas de una mariposa. De hecho, miles de mariposas estaban alrededor de
nosotros, muchas de ellas, internándose en el bosque y resurgiendo de nuevo.
Sin usar palabras, ella me habló. El mensaje recorrió mi ser como un viento, e instantáneamente vi que era verdad. Lo supe de la misma forma que supe que el mundo que nos rodeaba era real, no algo fantasioso, pasajero e insubstancial. El mensaje tenía tres partes, y si lo tuviera que traducir al lenguaje terrenal, diría algo así:
“Eres amado y querido para siempre”.
“No tienes
nada que temer”.
“No hay nada
que puedas hacer, que esté mal”.
"Te vamos
a mostrar muchas cosas aquí", dijo la mujer, una vez más, sin llegar a
utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su esencia
conceptual. "Pero eventualmente vas a regresar".
Para ello, sólo tenía una pregunta.
¿Regresar a dónde? ¿Dónde está este lugar?
¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí?
Cada vez que
expresé silenciosamente una de estas preguntas, las respuestas llegaron
inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor y belleza que soplaba a
través de mí como una ola rompiendo.
Seguí avanzando y me encontré ingresando en un inmenso vacío, completamente oscuro, infinito en tamaño, pero también infinitamente reconfortante. Eso era exactamente: una negra oscuridad que también estaba rebosante de luz. Sé muy bien cuán extraordinario, cuán francamente increíble, todo esto suena. Si alguien, incluso un médico, me hubiera contado una historia como ésta en los viejos tiempos, hubiera estado bastante seguro de que estaba bajo el hechizo de algún delirio. Pero lo que me pasó fue, lejos de ser delirante, tan real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida.
Lo que me pasó exige una explicación.
Eben Alexander, después de
dejarse transportar por la riqueza descriptiva, intenta explicar
científicamente lo sucedido:
La física
moderna nos dice que el universo es una unidad, que yace indiviso.
Aunque aparentemente vivimos en un mundo de separación y diferencia, la física nos dice que detrás de la superficie, cada objeto y evento en el universo está completamente entretejido con cualquier otro objeto y evento. No hay verdadera separación.
Fuente: Apartes de un artículo publicado por la revista NEWSWEEK
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