No
esperes de la vida nada distinto de lo que tú seas capaz de obtener.
No esperes de
tu prójimo nada distinto de lo que tú puedas darle.
No
esperes que otros te amen, como te debes amar tú, ni esperes de tus semejantes
nada distinto de lo que tú mismo puedas depararte.
No esperes
jamás que todos tus sueños se efectúen, si no luchas por hacerlos cumplir.
No
desconfíes de lograr algún día el éxito de tus metas.
No desesperes
si no obtienes pronto el perfeccionamiento de la personalidad que anhelas
forjar en ti.
No
esperes que otros entiendan todas las razones que guían tus actos.
No esperes
jamás que tus allegados te perdonen lo que en defensa de tu felicidad debas
realizar.
No
hagas nada distinto de lo que tu razón, tus ideales y tu virtud te indiquen
como
correcto.
No adoptes
creencias que rebajen tu personalidad, tu capacidad de acción o tu libertad.
No
te dejes impulsar por la cólera, la terquedad o la desesperanza, y superarás
las adversidades que debas afrontar.
Vive siempre
preparado para resistir con valor y fe, las tragedias que puedan afectar
gravemente a los tuyos o a toda la sociedad.
La
entereza que debes ir acumulando todos los días, será la coraza que te defienda
del abatimiento o la desesperación.
No te atribuyas
culpabilidades por yerros u omisiones (imaginarias o reales), que sólo sirven
para arruinar tu vida.
En
el orden perfecto del universo, el colapso o la tragedia son de ocurrencia
ineludibles.
Si
sigues siempre una norma de conducta acorde con tu conciencia, la realidad te
mostrará que has obrado con la verdad.
Por Emilio Yepes
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