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Este
viernes, en Machulambia, tenuemente se apago la existencia de la distinguida
dama doña Marcianita Tirapiedra Jimenez , sumiendo su hogar en sombras de dolor
y de lágrimas.
Una
perdida extremadamente sensible, constituye para la sociedad de esta ciudad, pues
fue su vida, una historia blanca de sacrificio y de amor; fundó un hogar
cristiano, en donde los mandamientos de Dios fueron código inapelable, de forzoso
cumplimiento. Sencilla y afable, dignificó la sociedad de la que fue parte
integrante.
Una dama,
muy querida de todos, formo entre sus amistades un eslabón o una cadena
indefinida de súbditos que la querían con la fuerza arrebatadora de una idea
que asociaba los sentimientos de confianza, de abnegación y de amor.
Tronco de
familias prestantes, esta esclarecida dama enalteció su vida en el ejercicio
constante del bien, e hizo de ella, una ofrenda permanente al deber, un culto a
las más dignificantes tradiciones.
Con el
señor Eujidio Saryuris Caballo, distinguido varón de grandes meritos, formo su hogar
dignísimo, tutelado por severas normas Cristianas, enaltecido por el edificante
ejemplo de un padre abnegado dispuesto en todo momento al renunciamiento de su
propia felicidad, si ella procuraba la de sus seres amados.
El municipio
de Machulambia, su tierra natal, la
conto siempre como uno de sus más preciosos exponentes. Matrona Irremplazable,
esposa y compañera modelo, madre en !a plena concepción del vocablo, eso fue
siempre y esa la trilogía de merecimientos que guiaron su vida. Consecuente con
su misión terrenal, fue decidida colaboradora de su esposo, compañera abnegada
y luchadora incansable, no desmayo jamás en el cumplimiento de su deber y fue
segura y confiada hacia su fin, llevando a flor de labios la oración. Mantuvo
siempre encendida la fe, como una hoguera, abnegada y virtuosa, por eso su huella, no podrá desaparecer en
olvido.
En esta
hora de tremendo dolor, enviamos nuestro sentido pésame a su esposo don Eujidio
Saryuris Caballo y a sus hijos, don Abalgamar, don Aristipo, don Siniberto, doña
Aorfa, y a doña Diomarluby; a las señoritas Miglaisy y doña Hildary y familia,
residentes en el pueblo.
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