Medicamentos hechos de sauce y otras plantas
ricas en salicilato aparecen en papiros de farmacología faraónica egipcia
pertenecientes al segundo milenio a.C.
Hipócrates se refirió al uso del
té salicílico como remedio para reducir la fiebre alrededor del año 400 a.C.
Estos medicamentos formaron parte de la farmacopea de la medicina occidental en
la antigüedad clásica y la edad media. El extracto de la corteza
de sauce fue reconocido por sus efectos específicos sobre la fiebre, el dolor y
la inflamación a mediados del siglo XVIII.
Así, en 1828, un
profesor de farmacia de la Universidad de Múnich Johann Buchner, aisló una pequeña
cantidad de cristales de color amarillo y sabor amargo a los que bautizó con el
nombre de salicina. (Dos científicos italianos lo habían conseguido dos años
antes, pero en estado puro).
En 1897, científicos de la empresa farmacéutica y de
colorantes Bayer comenzaron a investigar al ácido acetilsalicílico como un reemplazo menos
irritante para los medicamentos estándar de salicilato común, entonces Feliz Hoffmann joven químico
de la misma empresa, se
encontró con lo que sería la solución 'mágica' para una amplia variedad de
malestares. El 10 de agosto de 1897 anotó en su
cuaderno de laboratorio que había logrado producir ácido acetilsalicílico puro.
Fue
en el año 1899, cuando la empresa Bayer,
patentó la fórmula con el nombre de aspirina,
que primero se vendió en polvo y finalmente en tabletas hacia 1915.
La popularidad de la
aspirina creció durante la primera mitad del siglo XX, impulsada por el papel
eficaz que jugó al principio de la pandemia de gripe española de 1918. Su
gran rentabilidad dio lugar a una feroz competencia y a la proliferación de
marcas y productos derivados.
La popularidad de la
aspirina disminuyó después del desarrollo del paracetamol en 1956 y del ibuprofeno en 1962.
En las décadas de 1960 y 1970, John Robert Vane y otros investigadores descubrieron el mecanismo básico de los efectos de la aspirina, mientras
que ensayos clínicos y otros estudios llevados a cabo en las décadas de 1960 a
1980 establecieron la eficacia de la aspirina como un agente anticoagulante que
reduce el riesgo de enfermedades de coagulación de la sangre. Las ventas de
aspirina volvieron a cobrar fuerza en las últimas décadas del siglo XX, y
siguen siendo fuertes en el siglo XXI debido a su uso generalizado como
medicamento preventivo para ataques al corazón e infartos.
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