viernes, 16 de noviembre de 2018

UNA HISTORIA DE "PAGAR PARA SONAR"

Apartes de un escrito de Tito Lopez


Cuando iniciaba la industria de la música no había manera de hacer grabaciones.
Para oír una canción, alguien tenía interpretarla en un instrumento, así que, las tiendas de música vendían, junto a los pianos, flautas y guitarras, las partituras para ejecutar las obras.
De allí nació la idea de los ‘impulsadores de canciones’ o ‘song pluggers’, unos señores que eran contratados directamente por las tiendas de música, que sentados frente a un piano tocaban y cantaban en vivo las canciones de moda. Así, los dueños de los almacenes les iban pasando las partituras de las canciones que querían promocionar.
Con el tiempo, los representantes de los compositores comenzaron a tener sus propios ‘impulsadores’, quienes visitaban las tiendas para promocionar su música. Estos ‘impulsadores’ llegaron a ganar mucho dinero en este oficio.
Con la llegada de los discos la música se masificó. Ahora todo el mundo tenía acceso a la música, y ya no hacía falta que alguien tocara instrumentos en vivo.
Los ‘impulsadores de canciones’ vieron amenazada su labor, pues las disqueras encontraron que el disco era mucho más rentable y masivo que las partituras, y crearon la figura del promotor discográfico para que visitara las emisoras de radio para impulsar los discos.
Al principio de la radio no existía la figura del programador. Cada disc-jockey ponía su propia música (la que le gustaba a el). Como había pocas emisoras, podían ser muy abiertas en su programación.
De esta forma, estos disc-jockeys se convirtieron en figuras muy importantes, se volvieron estrellas, particularmente con la llegada del rock n’ roll en los años 50, una fiebre que disparó la venta de discos.
Las disqueras vieron el poder de estos locutores y comenzaron a ingeniarse diferentes formas de impulsar sus discos mediante concursos, conciertos y premios para los oyentes, pero también surgió la opción de ofrecer a los disc-jockeys invitaciones, entrevistas, fiestas y otras dádivas, hasta que llegó el momento de sobornarlos con dinero, drogas, viajes y otros obsequios para que tocaran más veces las canciones sin que las directivas de la emisora se enteraran.

De allí surgió el término ‘payola’, uniendo la palabra ‘pay’ (pagar) y ‘ola’ (aplicado a equipos de música como pianola, rockola, vitrola).
Así se acuñó ese término que significa ‘pagar por sonar’. Y en venganza fueron los antiguos y ahora desempleados ‘impulsadores de canciones’, que ya estaban entrando en desuso, quienes se encargaron de denunciar esta práctica.
Esto no es nada nuevo: es algo que se ha dado en todo el mundo en mayor o menor escala. Sin embargo, como cualquier pago debajo de la mesa, es algo indebido, e incluso en países como los Estados Unidos es considerado como un ‘soborno comercial’ castigado por la ley.
De hecho, Sony BMG Music Entertainment en julio de 2005, Warner Music Group en noviembre de ese mismo año, y Universal Music Group en mayo de 2006 tuvieron que pagar millones de dólares a organizaciones sin ánimo de lucro del estado de Nueva York por delitos relacionados con la “payola”.

En Latinoamérica, los artistas y las disqueras niegan que la pagan, y mucho menos los programadores, locutores y propietarios, aceptan que reciben dinero por la payola. Denunciar esta actividad ilegal, tiene riesgos ya que es una acción muy difícil de comprobar. Sin embargo las grandes cadenas de radio la combaten, unas más vehementemente que otras.
De hecho, no hace mucho una de las grandes cadenas decidió ‘legalizar’ la payola, vendiendo ‘sonadas’ a las disqueras en sus emisoras. Aunque el negocio estaba regido por las normas internas de la compañía, es decir, que no se trataba de un negocio bajo cuerda, al final, si se estaba engañando al público que no entendía por qué repetían tanto algunas canciones que no eran tan buenas, sin saber que detrás de esa acción había un interés netamente comercial.
Sobra decir que esa cadena de emisoras musicales fue perdiendo audiencia en su país y se redujo su número de estaciones al mínimo.
Si una canción es buena no necesita que le paguen a nadie para programarla.
El problema es que, debido a la payola, la emisora empieza a tocar música mala y los oyentes empiezan a dejar de escuchar la emisora y esta se derrumba. Hay demasiadas opciones dentro y fuera del dial para escuchar lo que le gusta.

El problema de la payola se ha agravado en los últimos tiempos por varios factores:
A los promotores los miden por el número de sonadas en radio. Las disqueras cuentan con métodos mucho más efectivos de monitoreo: hoy en día ese tipo de servicios entregan información en tiempo real de emisoras de todo el país, lo que permite a las disqueras y artistas independientes conocer de inmediato cuántas veces están sonando sus canciones.
Las playlists de las emisoras cada vez son más reducidas. En lugar de tener cientos o miles de canciones en programación solo tienen alrededor de 100, para asegurar una mayor rotación. Esto hace que artistas y disqueras se peleen por entrar en esa reducida lista de programación, y llegan, incluso, a pagar para que el director no programe canciones de otros artistas.
La cultura del dinero fácil, de la trampa, que se ha extendido a todos los niveles de nuestra sociedad, no es la excepción en la radio.

Mientras la “payola” no esté reglamentada como delito, lo descrito arriba seguirá ocurriendo. Las directivas seguirán poniendo vigilantes y cámaras en los estudios. La paranoia seguirá estresando a los auditores. Las emisoras seguirán despidiendo a directores y las disqueras y artistas seguirán invirtiendo en pagarla.
El público, que hoy en día dispone de tantas opciones, es difícil de tenerlo contento, cada vez preferirá escoger sus propias canciones en sus dispositivos móviles y computadores para no tener que escuchar música de baja calidad que solo beneficia a quien recibe ese dinero sucio.
Y así la radio cada vez irá cavando su propia tumba, no por culpa de las nuevas plataformas tecnológicas sino por mala accion
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