Edward Mordrake era un inglés que tenía un rostro extra en la nuca.
De
acuerdo a las historias que se cuentan de él, el rostro no podía hablar ni
comer, pero podía reír y llorar. Edward suplicó a los médicos que le extrajeran
este gemelo demoniaco porque, supuestamente, le susurraba cosas horribles en la
noche, pero ningún médico se atrevió a intentarlo. Edward se suicidó a
sus 23 años.
Una
de las historias más raras así como de las más melancólicas de la deformidad
humana es la de Edward Mordrake, quien iba a ser el heredero de una de las
familias más nobles de Inglaterra. Sin embargo nunca reclamó el título y se
suicidó a los veintitrés años. Vivía en un retiro absoluto, evitando las
visitas incluso de los miembros de su familia. Era un joven de grandes conocimientos,
un buen estudiante y un músico de rara habilidad. Su figura era remarcable por
su gracia natural, y su rostro. Pero en la parte de atrás de su cabeza había
otra cara, la de una chica muy guapa, “adorable como un sueño, atroz como un
demonio”.
El
rostro femenino era una mera máscara, “ocupando sólo una pequeña zona de la
parte posterior del cráneo, aunque mostrando signos de inteligencia de aire
maligno”. Se la había visto sonriendo y burlándose mientras Mordrake lloraba.
Sus ojos seguían los movimientos del espectador, y sus labios se movían sin
cesar. La voz era inaudible pero Mordrake aseguraba que durante la noche no
podía conciliar el sueño debido a los odiosos susurros de su “gemela diabólica”
como él la llamaba, “que nunca duerme, pero que me habla de tales cosas de las
que sólo se oyen en el infierno. La imaginación no puede concebir las
tentaciones espantosas en las que me envuelve. Por alguna imperdonable maldad
de mis antepasados estoy cosido a este demonio – porque estoy seguro que es un
demonio. Yo ruego y suplico para que lo eliminéis del mundo, aunque yo muera”.
Estas eran las palabras del desventurado Mordrake a Manvers y Treadwell, sus
médicos.
Aunque
lo vigilaban constantemente consiguió procurarse veneno, debido a lo cual
murió, dejando una carta en la que pedía que la “cara demoníaca” fuera
destruida antes de su funeral, “para que no continuase con sus espantosos
susurros en la tumba”. Por petición propia fue enterrado en tierra baldía, sin
ninguna lápida o marca que dejara constancia de su tumba.”
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