Elyeza
Bazna
un albanés
que trabajaba como ayudante de cámara de sir Hugh Knatchbull, embajador
británico en Ankara (Turquía) durante la II Guerra Mundial. Ambicioso y con
pocos escrúpulos, comenzó a trabajar como espía para la embajada alemana.
Usando el
apodo de Cicerón, Bazna les vendía planos de ingenios electrónicos que su jefe
guardaba en su caja fuerte. Los alemanes le pagaron muy bien por aquellos
planos, pero su contenido les desconcertaba. Lógico. El embajador británico era
una especie de inventor chiflado que en su tiempo libre diseñaba circuitos y
disparatados modelos de electrodomésticos que nunca funcionaban. Y lo que Bazna les estaba vendiendo a los
nazis (sin saberlo) eran justo aquellos planos (años
después, Graham Greene se inspiró en este personaje para escribir su novela
Nuestro hombre en La Habana).
Como
era de esperar, los nazis empezaron a desconfiar del albanés. Y la consecuencia
fue que, cuando el traidor les facilitó otros documentos auténticos y muy
valiosos –entre ellos, los informes sobre las cumbres de los líderes aliados en
Casablanca y Teherán–, los alemanes dudaron de su autenticidad.
Finalmente,
los británicos acabaron descubriendo los manejos de Bazna y montaron un
operativo para atraparle. Pero la suerte sonrió una vez más al espía, quien les
dio esquinazo y escapó a Brasil llevándose el dinero que le habían pagado
previamente los nazis.
En el país
sudamericano, el albanés se dedicó a vivir como un rey, pero la historia
tampoco tuvo final feliz para él. Al cabo de un mes, la Policía se presentó en
su domicilio con una orden de arresto por fraude.
Y es que, haciendo bueno el célebre dicho
“Roma no paga traidores”, los alemanes habían remunerado los servicios del
espía con dinero falso.
Dick Rowe
Un ejecutivo de la compañía
discográfica Decca Recording Company, quien en 1962, tras escuchar las pruebas
musicales de un grupo de muchachos melenudos, sentenció: “No me gusta cómo suenan; además, la
música de guitarra ya está pasada de moda”.
Pero, claro, después supo que aquellos jóvenes eran THE BEATLES…
George
Atwood
Un
brillante matemático que no solo ha pasado a la historia por sus
investigaciones, sino también por un desafortunado e involuntario desatino.
Se
cuenta que estaba tan absorto en su trabajo que, cuando vinieron a comunicarle
que su esposa había fallecido en un accidente, respondió:
“Está
bien, pero que espere a que termine con esto”.
Fuente: www.quo.es
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